Rvfina

El día ha llegado: 31 de mayo de 2022. 10:00 AM. Es la hora señalada.

RVFINA: De la leyenda a la verdad

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Un día como hoy, 31 de mayo, pero de 1883, nacía a las 10 de la mañana una niña a la que sus padres primero llamaron Eugénie, pero que luego bautizaron como una de sus abuelas y como sería reconocida por el resto de su vida: Rufina Cambaceres.

Se cumplen 139 años de aquel acontecimiento histórico. No es una fecha más, pues es también el mismo día que Rufina se fue de este mundo. Un 31 de mayo, pero de 1902, hace exactamente 120 años.

En ambas ocasiones, se vivieron jornadas de plenitud y felicidad. Pero en el día que cumplía el decimonoveno y último aniversario de su nacimiento, se produjo lo inesperado; lo imprevisible; lo sorpresivo; la tragedia.

Desde aquella terrible y triste tarde de la cual todo el mundo habló hasta el día de hoy, se han dicho muchas cosas. Versiones encontradas, difamaciones, exageraciones, muchas falsedades y algunas verdades. Fueron 117 años de confusiones, mentiras y misterio.

Llega la hora de la verdad. Quien quiera oír que oiga.

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Con la lectura de «Rvfina: De la leyenda a la verdad», el lector encontrará las respuestas a las principales interrogantes:

  • La verdadera causa de la muerte de Rufina Cambaceres.
  • El origen de la leyenda: de donde surge, quién la difunde, que interés persigue y cómo lo hizo.
  • La identidad del novio de Rufina Cambaceres: quién fue, qué rol ocupó en la vida de Rufina y en la vida de muchos argentinos, y su oscuro final.
  • Cuál fue la relación entre Rufina e Hipólito Irigoyen: cómo se llevaban, donde y cuando convivieron y qué influencia tuvo el hombre en la niña.
  • Quién fue realmente Luisa Bacichi, la madre de Rufina Cambaceres.
  • El verdadero significado del monumento estatuario de Rufina Cambaceres en el cementerio de Recoleta.
  • Cuál era el entorno de Rufina Cambaceres: su familia, amistades, vecinos y personas que la conocieron y frecuentaron.
  • La configuración personal de Rufina Cambaceres. Sus preferencias, su educación, sus actividades diarias, su caligrafía, sus escritos, sus intereses, sus anhelos, sus amores.

Más de 700 páginas que incluyen:

  • Fotos inéditas de Rufina y de los personajes principales.
  • Documentación contundente que no deja espacio a las dudas.
  • Perfiles de todos los personajes del libro.
  • Ilustraciones del eminente artista plástico Pablo Sura Maidana.
  • Breve estudio sobre la vida sentimental y descendencia de Hipólito Irigoyen.
  • Genealogía completa de la familia Cambaceres en América.
  • Genealogía completa de la familia Cambacérès en Europa.
  • Genealogía completa de la familia Irigoyen.
  • Más de treinta mitos urbanos derribados con documentos indiscutibles.
  • Anécdotas inéditas y jugosas de personajes principales de la historia argentina.

Secretos, escándalos, fortunas, herencias, romances prohibidos, disputas, traiciones, mentiras, fama, locura, terror y muerte.

Todas las respuestas en un trabajo de investigación de cuatro años. Más de 50 entrevistas con los familiares, más de 2.000 periódicos revisados, cientos de recortes, más de 1.000 imágenes nunca vistas, una extensa bibliografía con más de 250 libros consultados.

Toda la verdad, solo la verdad, y nada más que la verdad. Documentada con rigor científico, sin suposiciones, sin especulaciones, con el peso de pruebas irrefutables. Una trama compleja pero apasionante que dejará al lector sin aliento y sin dudas.

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Prólogo completo de «RVFINA: De la leyenda a la verdad».

A

Parada frente a la ventana, observaba el furioso torrente de lluvia que caía desde el cielo. Un espectáculo soberbio. Sobre el pasto del jardín se iban formando lagunas que tardarían en desagotar. Llovía con tanta fuerza, y soplaba tanto el viento, que se volaban algunos objetos. Una silla plegable rebotó contra el suelo varias veces hasta estrellarse contra el tronco de un árbol. Una sábana del vecino ingresó al predio de la residencia. Como si fuese un fantasma, voló a gran velocidad hasta trabarse en la vieja calesita que sus hijos alguna vez supieron disfrutar. Un perro mestizo que nada tenía que hacer ahí, se guarecía debajo del ala de un horno de barro. Temblaba asustado y la miraba a los ojos como si pidiera piedad. No tenía pensado hacer de salvadora de esa clase de animal salvaje. No haría más que ensuciar todo y llenar de inmundos pelos su impoluta sala de estar.

Hacía más de media hora que llovía grotescamente, y ella, admirada, contemplaba el maravilloso espectáculo de la naturaleza en su máxima expresión. Después de todo, ¿por qué no se podía considerar a ese un hermoso día? Para casi todos, solo un cielo despejado significaba buen tiempo. Desde siempre, desde que tenía memoria, había experimentado una curiosa seducción por lo que la mayoría aborrecía. Cuando era muy pequeña, solo una niña, solía disfrutar cuando una de sus amiguitas tragaba accidentalmente agua por la nariz. Se reía a carcajadas cuando sucedía. A veces, mientras nadaba en el estanque, le gustaba impedir que su hermana menor pudiese salir a la superficie. Con una mano la forzaba a mantenerse debajo del agua. La fascinaba ver su desesperación por zafarse. Eran solo unos segundos de agitación y la soltaba. Nunca la descubrieron ni su hermanita le recriminó su actitud; ni siquiera cuando fueron más grandes.

Pensar en tiempos tan lejanos, de tanta felicidad, le trajeron a la memoria un recuerdo que tal vez no rememoraba desde hacía más de cincuenta años. Esos días de descubrimientos, en la intimidad del altillo. Cuando conseguía evadir los controles domésticos, se escondía durante horas en su lugar preferido de la mansión. Había que pisar el suelo con cuidado de no romper el yeso o, en su defecto, caminar dando los pasos sobre las vigas de madera. Ahora que lo pensaba, era un temor absurdo. Era tan menudita en aquel tiempo que aunque quisiera estropear deliberadamente el techo, no lo hubiese conseguido. Se acordó de esa particular tarde helada de invierno. Se la pasó ahí arriba, sin hacer nada, encerrada en sus ideas raras, a la búsqueda de algo que la incitara; que la entretuviera. Estaba revisando un baúl repleto de vestimenta vieja, en desuso, cuando oyó un ruidito y un quejido. Cerca, a unos pocos metros, advirtió que un ratón había caído en la trampa. Se acercó de inmediato, sin cautela, sin asco. Se arrodilló frente a la alimaña y la observó con detenimiento. Estaba reventada, con las tripas afuera y agonizante. Se miraron a los ojos. El roedor parecía pedirle clemencia. En ese momento supo que si ella lo liberaba, el ratoncito no le haría daño; se iría agradecido. Pero no, prefirió levantarse, pisarlo y aplastarle la cabeza hasta matarlo. Lo hizo sin remordimiento. Sin pensarlo. Con absoluta naturalidad.

La espléndida Cabalgata de las valquirias sonaba en la sala y le daba a la escena una grandiosidad única; como solo Wagner podía logarlo. El maestro alemán podría tener sus críticos, pero para ella era simplemente un genio. El más grande de todos. ¡Esos bronces eran la gloria! Hacía casi veinte años de su partida, pero él seguiría presente para siempre a través de su magia. ¡Tenía tantas cosas en común con Wagner!

Ahora llovía menos.

El perro salió de su escondite y se perdió en el bosque de eucaliptos que daba al  fondo del jardín. Cuando volvió la mirada al portón principal, observó que uno de los guardias salió corriendo desde la casilla de vigilancia en dirección a la casa. Irritada, fue hasta la puerta y abrió para saber qué quería. Llego a tiempo, antes que golpeara. O si lo hizo, no lo escuchó.

—¿Qué se le ofrece, don José, en esta hermosa mañana?

Visiblemente contrariado, el hombre echó un vistazo al cielo, como si precisara confirmar que se trataba de la tormenta del siglo.

—Ha llegado un paquete para usted, madame.

El rostro de la mujer se transformó. Su natural expresión perturbada que atemorizaba a los niños y al personal doméstico cedió, en un repentino instante, a un gesto de ansiedad casi amable.

—¿Serán los periódicos?

Don José pensó su respuesta, algo inseguro. Se acarició el bigote y luego de unos incómodos segundos, le dijo:

—Eso parece. Solo que… son muchos.

—Sí, sí. Son para mí. Por favor aguarde que desaparezca esta inoportuna lluvia. Cuando no caiga una sola gota, me los alcanza.

—Sí, madame.

Se iba el hombre, cuando la voz de la mujer le habló en voz alta; en ese tono que irritaba tanto y asustaba a todos por igual.

—Me telefonea antes de venir.

El sujeto se detuvo y volvió sobre sus pasos.

—¿Está segura que funciona el teléfono, madame? Intenté comunicarme antes, pero no me han atendido.

La patrona pareció sorprendida.

—¿Ah, si? Ammm… Insista, don José. Ya sabe usted, algunas veces me distraigo, o el volumen del gramófono no me permite escuchar la campanilla.

La cara del empleado era elocuente. Podía leerle el pensamiento.

“Sí, madame. A decir verdad, hace unos años que casi nunca oye el maldito teléfono.”

Cerró con un sonoro portazo y fue hasta el hogar, donde se quedó parada, de espaldas al fuego. La primavera todavía no había hecho acto de presencia. El clima aún pertenecía al invierno, aunque ya hubiese pasado más de un mes de su partida.

Sin darse cuenta, todo su cuerpo estaba tensionado. Se sonaba los dedos de las manos con tanta fuerza, que poco le faltaba para provocarse una lesión. Pero no lo advirtió, ni tampoco fue consciente que apretaba los dientes de tal manera que su mandíbula temblaba.

No veía la hora de tener esos diarios, de revisarlos, de encontrar lo que necesitaba. Su plan maestro estaba en marcha, y el daño ya estaba hecho. Ahora solo faltaba coronarlo con el remate.

¡Ahhh, la venganza era el placer de los dioses!

Se frotó las manos y luego expuso las palmas al calor de los leños. Se sintió regocijada, por la cálida marea que le calentaba el cuerpo, pero también por la seguridad de que esa mujer iba a escarmentar.

Cuando la lluvia desapareció, sonó la campanilla del teléfono.

Al atender solo alcanzó a distinguir una voz masculina, cuya comunicación no necesitaba entender; ya sabía el motivo de la llamada. Le dijo que sí, que trajeran el paquete, que tuviese mucho cuidado de no mojarlo ni arrugarlo, que viniera de inmediato.

Fue hasta la puerta para anticiparse a que golpearan. Cuando abrió, estaba don José. Lo hizo pasar y le indicó que dejara los diarios encima de la mesa. El hombre obedeció sin emitir palabra y luego se retiró.

Caminó a paso veloz, fue hasta la cómoda y extrajo una tijera de cajón del medio.

Los periódicos estaban bien sujetados con una cuerda ancha, tal como lo había pedido. Aunque los diarios tenían más de un mes de publicados, aún olían a tinta nueva. Cuando empezó a manipularlos, tuvo la sensación que alguien la espiaba. Miró a su alrededor, y confirmó que estaba completamente sola. El destino funcionaba de esa manera. Se confabulaba para colaborar con ella porque las cosas no podían quedar así.

Sin sentarse, comenzó a revisar el material recibido. Al principio, cuando leyó el Washington Post, el Times, Le Figaro y el Corriere della Sera, se preocupó. No encontró nada. En la prensa considerada seria no había una sola referencia. Tomó el Journal de Paris del 30 de agosto, y empezó a leerlo, un tanto nerviosa. Al dar vuelta la portada, sus ojos detectaron el titular que buscaba. Casi se orina encima cuando lo leyó:

“MLLE CAMBACERES ENTERREE VIVE”

Tragó saliva e intentó serenarse. Volvió a mirar su entorno y luego se sentó a la mesa.

Journal de Paris 30-8-902 p2 Mlle Cambaceres enterrée vive

Al terminar la lectura del artículo sonrió. Fue una sonrisa maléfica, que después de unos segundos reprimió para seguir leyendo.

No le llevó demasiado tiempo encontrar varios reportes periodísticos que levantaban la noticia. Eran publicaciones sensacionalistas, es cierto, pero eso no le restaba credibilidad. La gente iba a creer. Después de todo, ¿quién desconfiaba de lo que salía en el diario? Nadie. Todo el mundo lo creería.

Intentó imaginarse a ciertas personas leyendo esos periódicos y se le erizó la piel.

En una hora ya había concluido su labor de revisión. Contó los diarios que publicaron el terrible anuncio y los separó. Eran siete en total, pero seguramente serían muchos más los que esparcieron la gran noticia alrededor del planeta.

Antes de rearmar el paquete, como si le costara creer que fuese cierto, volvió a leer.

El Edinburgh Evening News del 29 de agosto decía:

Edinburgh Evening News (UK) 29-8-902 p3 Young lady buried alive

El Día, de España, 28 de Agosto.

El Día (ESP) 28-9-902 p3, Mlle. Cambaceres 

            Volvió a contar los ejemplares. Siete diarios: Edinburgh Evening News, escocés;  New York Herald parisino; El Día español; El Imparcial también de España; Evening Express de Gales; Gazette de Charleroi, belga, y el Journal de Paris. Ninguno se había atrevido a publicar el nombre de pila. Aunque eso la irritaba, sabía que era lo lógico. Acomodó los diarios en orden cronológico y luego los anudó cuidadosamente con la misma cuerda que vino en el paquete original. Antes de requerir al mensajero, se frotó las manos, sonriente.

Cuando se apersonó don José, el hombre que gozaba de su mayor confianza, le explicó meticulosamente cual era la importante tarea que le estaba delegando. Por supuesto, él no hizo preguntas, ni las haría, ni jamás se le ocurriría mencionar el asunto a nadie. Al retirarse el sirviente, pensó en lo que estaba por acontecer, pero más que nada, pensó en lo que había ocurrido; lo que había provocado. Intentó imaginar las consecuencias de sus actos, pero le resultó imposible determinar hasta donde sería capaz de llegar. Por un momento, también pensó en pactos diabólicos, pero solo fue un breve instante de remordimiento, que no demoró en disiparse.

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Canillita

5 comentarios sobre “Rvfina

  1. Hola, mi nombre es LEONARDO Campana y vos me enviaste por MENSAGER una edición digital de tu muy interesante y apreciada obra.
    No se si recordarás que te sacamos al aire en nuestro programa de radio por la AM 1170, Improvisando.

    El tema es que lo borre por un error mío,¿vos me lo podrías enviar nuevamente a mi MENSAGER.

    Te estaré muy agradecido .

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