Cotita Cambaceres: la prima famosa de Rufina

Cotita Cambaceres (AGN)

Mariana Juana Cambaceres nació el 12 de noviembre de 1867. Fue bautizada al mes siguiente, el 3 de diciembre, en la iglesia de San Ignacio. Era la segunda de los cuatro hijos que tuvieron Antonino Cambaceres y Mariana Thwaites. Su primer nombre era un homenaje a la madre, y el segundo para recordar a la abuela materna: Juana Rubio, fallecida en 1890. Fue hermana menor de Antonio Eugenio (1865-1908) y mayor de Alfredo Manuel (1870-1931) y Susana Eduarda (1873-1924). Desde muy pequeña la apodaron Cotita.

El Indiscreto 1884, Cotita e hijosTempranamente se destacó en tertulias y bailes por su notoria belleza, distinción y gran carisma. Su nombre solía aparecer en los reportes de Sociales de las principales publicaciones porteñas, e incluso montevideanas. Aunque estaba enamorada de Diego de Alvear, su madre la casó con Ramón Blanco, un español proveniente de Santiago de Compostela que había llegado a América en 1884. Él era fundador del Banco Español en Buenos Aires y miembro de su directorio. Con suma rapidez se incorporó al ámbito comercial y político argentino. Era un integrante activo del Partido Autonomista Nacional (PAN) y durante la presidencia de Miguel Ángel Juárez Celman llegaría a ser director del Banco Nacional antes de cumplir los treinta años de edad. Más adelante se destacaría como estanciero, labor que le permitiría convertirse en uno de los hombres más ricos de su tiempo.

PBT 3-6-905 - Día de la semana que Mariana Cambaceres recibe visitas
Anuncio PBT 17-6-905. El miércoles era el día que Cotita recibía visitas.

Del primer matrimonio de Cotita surgieron cinco hijos: Mariana Elisa (1888-1965), Antonio Miguel (1889-1935), María Susana (1892-1971), Dora (1902-198?) y María Elvira (1907-1959). La Familia Blanco Cambaceres vivió primeramente en General Belgrano 536 y luego en Reconquista 575.

Cotita, Elisa y varios Cambaceres (CyC)

El 25 de junio de 1909 Mariana enviudó. Ramón había sido un hombre muy apreciado en toda la familia, y muy cercano a Eugenio Cambaceres, y como siempre hacía en los momentos difíciles, él había ido a realizar todos los papeleos cuando falleció su tío político. Siempre ponía el hombro; nunca decía que no. Sus últimos años los pasó distanciado de su esposa, alejado en los campos de La Pampa donde solidificó su fortuna. Uno de ellos era el de Hucal, una porción de tierras de 80.000 hectáreas que Antonino Cambaceres había adquirido en 1879 cuando Julio A. Roca efectuó una de sus tradicionales y generosas repartijas de tierra entre amigos. Le habían sido cedidas especialmente a su nieta Mariana en el testamento. La enorme extensión de campos lindaba con los pueblos de La Josefa, San Antonio y el pueblo que Ramón nombró en honor a su amada esposa: Cotita.

Mariana Cambaceres - La Ilustración Sudamericana 28-2-905
Mariana Cambaceres, 1905

Mariana heredaría una fortuna considerable y se volvería una suerte de celebridad porteña. Abandonó la casa de Reconquista 575 y se estableció junto a cuatro de sus hijas en la famosa quinta de la calle Once de Septiembre, en Belgrano, que rápidamente se convertiría en una de las mansiones más concurridas por las grandes personalidades. Por allí pasarían los talentos literarios, los apellidos ilustres y se ofrecerían las fiestas más fastuosas. Sus costumbres dispendiosas y sus excentricidades se comentarían en los campos y en la ciudad. En las principales joyerías parisinas la reconocían como una de las Tres A, en referencia a las Anchorena, Álzaga y Alvear (éste era el apellido que adoptó de su segundo marido), las tres esposas más gastadoras de la época. Era común escuchar a los franceses de aquel tiempo hablar de un rico y decir: Il est riche comme un argentin. Cotita era una personalidad reconocida en todos los sectores sociales. Aún era joven, muy bella, viuda deseada y madre adoradora de sus hijas, quienes la seguían a todos lados. Solían caminar por los campos de La Pampa, a donde viajaban con frecuencia para controlar las obras que había mandado a construir. A donde iban, las seguía el personal que las peinaba, las vestía y las mantenía impecables todo el tiempo. Cada una de las niñas y la matrona iban acompañadas de su respectivo caniche. En invierno, se iban a París, para escapar del frío, al que eludían de ciudad en ciudad. Para aquel tiempo, Cotita ya era el miembro más querido de la familia, y el más despreocupadamente generoso. Ayudaba a todos y no se medía en gastos para agasajar a sus parientes y amigos.

Cotita Cambaceres con Diego de Alvear - Caras y Caretas

El 18 de mayo de 1810, Mariana contrajo matrimonio en segundas nupcias con Diego de Alvear, viudo de María Susana Quintana, fallecida en 1892 a los 23. Al año siguiente nació Teodelina, cuyo nombre era un homenaje a la abuela paterna. La niña moriría antes de cumplir el año de edad. Extrañamente, Diego concedió su apellido a las dos hijas menores de Cotita, que serían socialmente conocidas como Dora de Alvear y Elvira de Alvear. El segundo esposo de Mariana era primo del futuro presidente Marcelo de Alvear y era reconocido por ser el dueño de Botafogo, el legendario equino apodado El caballo del pueblo.

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En 1923, Cotita volvió a enviudar. La acompañarían en esa época sus dos hijas menores: Dorita y Elvirita, que no le ahorran problemas durante sus años mozos.

El siguiente extracto del capítulo XI de la Tercera Parte de “Rvfina: De la leyenda a la verdad”, sirve para conocer algunas de esas dificultades:

El día de la primavera de 1923, Luisa recibió la visita de Mariana Cambaceres. Sin saberlo, sería la última vez que se verían.

            Cotita había viajado junto a Dorita, Elvira y los caniches, siempre elegantes y obedientes. Elvirita estaba enorme, tenía quince años. Dora ya era una jovencita encantadora de veintiuno. Ambas se quejaban, decían que se aburrían, preguntaban cuándo se volvían. En algún momento después del té, desaparecieron.

            —¡Qué hermosa está Dorita! —exclamó Luisa, admirada.

            La cara de Mariana no reflejaba demasiada ventura.

            —Dorita es una chica de buen corazón, pero ha salido un tanto… difícil —dijo Cotita, algo apesadumbrada.

            Luisa ladeó la cabeza, con el entrecejo fruncido.

            —Sí. Ha salido más gastadora que su propia madre, por ejemplo. ¡Y eso sí que es un logro!

            Rieron, hasta que Cotita retomó la confesión.

            —Se le ha dado por los automóviles. Los renueva con tanta frecuencia, ¡que fue necesario advertirla! Jamás pensé que sería necesario moderar nuestra economía. Pero esta niña es capaz de cruzar cualquier barrera. ¡Ay, Luisa! ¡Si supieras!

            —Bueno, Cotita, bueno… Cosa de jovencitas…

            El aspecto de su sobrina empeoraba. Ahora tenía cara de angustia.

            —No sé qué hacer, Luisa. No puedo controlarla. Escándalo tras escándalo. ¡Si estuviera Mamá!

            Cotita, afligida, se persignó al nombrar a su madre.

            —¿No estarás exagerando, Cotita?

            —¿Exagerando? ¡Más de una vez tuve que ir a buscarla a la comisaría!

            —¡Ay! ¿La comisaría? ¡Pero si es un angelito!

            La cara de Mariana lo decía todo.

            —¿Angelito? ¡Dios me libre! Si no es por conducir en exceso de velocidad, es por armar alboroto en clubes para hombres. ¡Si te digo que no sé cómo proceder! ¡No logro encausarla, Luisa!

            Luisa hacía grandes esfuerzos para contener las risas.

            —Necesito conseguirle un novio cuanto antes. Un hombre; alguien que la acomode. ¡Hay que casarla! No veo otra solución.

            —Candidatos no habrán de faltarle… —deslizó la tía, con humor.

            —No, no. Desde luego… Sucede que… ¡Ay, Luisa! ¡Si supieras!

            —¡Cotita! ¡Te estás pareciendo a tu madre!

            —No, no, Luisa. ¡Si supieras!

            —¡¿Si supiera qué, mujer?! Es solo una niña un tanto… —Luisa no completó la adjetivación. Se quedó con la mano derecha al revés haciendo círculos, como si de ese modo pudiese encontrar la palabra adecuada. Cotita la interrumpió:

            —¡Un tanto zorra!

            El rostro de Luisa se endureció. Los ojos se agrandaron como pelotitas de golf.

            —Ay, Luisa… Ay, Luisa… Reconozco que no he sido el mejor ejemplo para Dorita, pero esto excede mis capacidades. ¡No sé cómo proceder!

            Mariana se tomaba la cabeza con ambas manos, parecía desesperada.

            —Se encierra con sus amiguitas en el dormitorio. Para mí que hacen cosas. No estoy segura, pero a veces, cuando pongo la oreja en la puerta, creo escuchar… no sé… ruidos.

            El torso de Luisa se enderezó. El asunto se empezaba a poner tenso.

            —¿Ruidos?

            —Sí, Luisa. ¡Ruidos!

            —¿No piensas tomar cartas en el asunto?

            —Sí, sí. Por eso mismo he venido a visitarte. Necesito de tu consejo.

            —No sé qué decirte, Cotita. No soy buena consejera.

            —Lo que más me preocupa es otro asunto…

            —¿Otro?

            —Sí. Es uno muy particular. Sé que cuento con tu más absoluta reserva, y por eso he venido.

            —Marianita, me estás matando de intriga…

            —¡Ay, tía! ¡Si supieras! ¡Si supieras!

            —¡No sé, Cotita! ¡No sé!

            —Se le dio por… ¡Por Marcelo! Es su nuevo caprichito. ¡Marcelo! ¡¿Me entiendes, tía?! ¡Marcelo!

            Luisa se quedó petrificada, con una mano que se tapaba la boca.

            —¿Marcelo? ¡¿Qué Marcelo?!

            —¡Marcelo! ¡Marcelo! ¡El tío! ¡El mismísimo!

            La tía, horrorizada, no lograba articular palabra, mientras sacaba cuentas.

            —¡Sí, Luisa! ¡Treinta y cuatro años mayor!

            —Oh, Cotita… —apenas alcanzó a decir Luisa, y tomó de la mano a su angustiada sobrina.

            —Lo peor de todo es que anda por ahí insinuando todo, como si estuviese orgullosa. A mí me lo niega, por supuesto. Pero yo tengo claro que es cierto.

            —Pobre Regina…

            —¡Eso mismo! ¡Pobre mujer! ¡Tiene que soportar que en mi propia casa pasen estas cosas, mientras tomamos el té!

            —Deberías hablar con ella…

            —¿Con quién?

            —Con Regina.

            —Ella sabe. No hace falta abrirle los ojos. Es demasiado evidente. Y eso es lo que más me martiriza. ¡En mi casa! ¡En mi casa! ¡Son unos sinvergüenzas!

            —Me cuesta creerlo…

            —A mí también, pero es tan cierto como que todos vamos a morir.

            Se abrazaron. Cotita lloró, desconsolada. Luisa, sorprendida, le palmeaba el omóplato, como si así pudiese solucionar algo.

En cuanto a Elvira de Alvear, la menor de las hijas de Cotita, se destacó en la poesía. Fue amiga y musa inspiradora de Jorge Luis Borges, quien por momentos la amó sin ser correspondido en el sentimiento. Borges le prologó un libro de poemas y la acompañó hasta sus últimos días. Siendo muy joven, se estableció en París y allí publicó la revista Imán. Conoció a Pablo Neruda y acordó con él para publicarle uno de sus escritos, pero le perdió el manuscrito y la relación terminó en escándalo. Murió joven. Sus últimos años los pasó en una casa de San Telmo, en la pobreza. Sufrió de demencia y falleció en 1959, cuando tenía poco más de 50.

iman, elvira de alvear - annuaire général des lettres p252

Dora de Alvear llegó a anciana y falleció en la década del ochenta, a las puertas del siglo veintiuno. En vida fue una mujer adelantada a su tiempo. Cuenta Ovidio Lagos en su libro Argentinos de raza: «Dora trasnochaba, bebía, manejaba a toda velocidad su costoso automóvil, tuvo un escandaloso romance con su tío, el entonces presidente Marcelo T. de Alvear, a quien no dudaba en hacer llamar por teléfono cuando era arrestada por conducir a velocidad excesiva y por otros males menores.” Dora llevaba en la sangre el espíritu transgresor de Eugenio Cambaceres. No tuvo el menor resquemor en mantener una relación amorosa con otra mujer, María Rosa Daly Nelson, quien declaró a Lagos que ella fue el amor de su vida. Por supuesto, estas infracciones a las pacatas normas sociales de su tiempo le cerraron las puertas de no pocas familias, que la veían como una desviada. Cuando promediaba el siglo veinte, se le terminó la plata. Le remataron la casa y cayó estrepitosamente en desgracia. No le quedó más remedio que terminar como mucama del Alvear Hotel. No tuvo descendencia. Sí la tuvieron Elisa, Antonio Miguel y Susana, los otros hijos de Cotita, y llega hasta nuestros días. Elisa casó con Jorge Resta y tuvieron la rama familiar más numerosa de todo el árbol genealógico de los Cambaceres. Antonio Miguel contrajo matrimonio con María Luisa Drago —hija de Luis María Drago, el famoso abogado creador de la Doctrina Drago— y marcharon hacia Estados Unidos, en donde vivieron y viven sus descendientes. Susana se casó con Vicente Ocampo y tuvieron tres hijos, cuyas familias llegan al presente.

Mariana Cotita Cambaceres conoció en vida a todos sus nietos y llegó a disfrutar a diez de sus bisnietos, antes de fallecer en 1949 a los 82 años de edad. Aún hoy es recordada por sus descendientes como una mujer fantástica, hermosa, generosa, familiera, distinguida, simpática, carismática y graciosa. Nunca será olvidada.

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