La leyenda: relatos fantásticos que trascienden el tiempo

ChismeDesde que el hombre existe, la transmisión de experiencias forma parte fundamental de las actividades humanas. Hablar, contar, decir. Narrar historias fantásticas o sobrenaturales se convirtió en una práctica recurrente en los pequeños poblados, pero también en las reuniones de los grandes asentamientos, en donde fluían con virulencia hasta establecerse como verdades indiscutibles. Relatos misteriosos, atemorizantes, perturbadores. Esos eran los que más atraparon siempre a niños, adultos y ancianos. A todos. Tal vez, la base fundamental de cualquier novelista o cuentista de ficción que se precie de tal.

ChusmetasLa leyenda es una creación colectiva. Se transfiere de generación en generación y se perpetúa en el tiempo a través de distintas versiones. Se mezclan personalidades que existieron, sucesos verídicos, manifestaciones de procedencia fantástica y se le van agregando adornos narrativos que vuelven a la historia irresistible. Las cuestiones inexplicables encuentran un modo de entenderse en los infaltables eventos sobrenaturales, siempre efectivos para acaparar la atención.

Es la leyenda una consecuencia directa de la necesidad por comprender un episodio  inentendible; cuando no se cuenta con datos precisos ni completos relacionados con algún suceso. Aunque suele brotar de una verdad, rápidamente será entendida como una mentira. El inicio se produce con un acontecimiento veraz, muchas veces bien conocido y divulgado entre las personas. Otras veces se origina ante el descrédito a la versión oficial. Incluso puede partir del simple deseo de una persona de entablar una conversación interesante o impactar al interlocutor con un chisme o un relato extraordinario. El rumor se propaga con velocidad y cambia; se torna impreciso, se corrompe con deformaciones grotescas, se le anexan ornamentos editoriales que hacen a la narración cada vez más cautivante. Inconscientemente, los editores, estos inocentes propagadores de una verdad incierta y cuantiosas mentiras incuestionables, siembran el misterio y la doble interpretación para captar la curiosidad y la fascinación del auditorio. Esa distorsión se fundamenta en los prejuicios, la parcialidad, los intereses, las capacidades intelectuales y las posibilidades del contador de la fábula. De este modo, la leyenda se vuelve ambigua. Aparecen entonces, diferentes explicaciones. Aquella verdad desde la cual nació la historia, se desdibuja, pierde importancia y es relegado su protagonismo en favor de los agregados falaces de quienes han propagado la narración. La multiplicidad de versiones atrapa al oidor, que se siente deslumbrado. Invariablemente, produce siempre el mismo efecto: el deseo y la necesidad de comprobar la veracidad de la historia, aunque en general, los individuos no suelan cuestionar el realismo de la patraña enmascarada y la acepten sin miramientos. El poder que ejerce en la gente es tan grande, que logra imponer en la creencia popular la convicción absoluta de que algo inverosímil es cierto. Las teorías científicas sobre el poder del rumor demuestran que pese al nefasto poder de la murmuración desdeñosa, los propagadores de infundios no suelen preocuparse por la ruina a la que conducen con sus dichos a la reputación de las personas.

Buenos Aires siempre contó con una destacada tradición oral que se desprende de sus inicios en la época inmediata a la colonización hasta el día que acaba de terminar. Los estudios y ensayos sobre las leyendas urbanas han demostrado, o sus autores creen haber demostrado, que en todo mito se encierran verdades, que aunque sean incomprobables, están allí; confundidas entre deformidades, exageraciones y aportes del narrador imaginario. Cuanta más antigua sea la fábula; mayor será la dificultad para distinguir lo auténtico de lo falaz. Naturalmente, cada uno de los contadores introducirá un nuevo elemento, o modificará el relato que escuchó en favor de su gusto o para impresionar más a su interlocutor.

Cuando la prosa popular eleva a una historia al grado de leyenda magna, toda la población, por más grande que sea, la habrá escuchado o reconocerá en ella componentes o identidades familiares. Será entonces el momento para que los redactores oportunistas de profesión tomen el material y lo expriman, para sacarle el mayor provecho posible. Algunos, con la noble intención de entretener y saciar la curiosidad social; unos pocos para desmitificar y encontrar la verdad escondida. Serán los  inescrupulosos quienes utilizaran los elementos más morbosos, convenientes y amarillistas, e incluso añadirán arteros detalles ficticios para dotar al cuento de modo tal que garantice el deslumbramiento del público.

Finalmente, cuando el consumidor de leyendas, ya cansado de buscar sin certezas ni precisión, se empeñe en formar una versión definitiva para comunicar a otros, se volcará por la visión que más le agrade; aquella que se ajuste a cómo le gustaría que se hubiesen desarrollado los acontecimientos. Por supuesto, esto impide a los futuros receptores de ese mensaje acercarse a la verdad, sino más bien a incorporar lo que la novedosa interpretación habrá de retransmitir.

La fascinación por las historias y rumores de cementerio siempre existieron, pero con la aparición de las redes informáticas se exponenciaron hasta alcanzar niveles de popularidad extraordinarios que los propios protagonistas jamás hubiesen siquiera imaginado.

La leyenda de Rufina Cambaceres es un ejemplo perfecto de lo que es capaz la especulación y el murmullo. Cuando el 31 de mayo de 1902 Rufina muere en el dormitorio de su casa en Montes de Oca 269, se inicia un proceso de adulteración de la verdad que llegará hasta nuestros días.

Caras y Caretas 192 - Necrológica (CyC)

Nadie entendía cómo una chica saludable, tan buena, tan querida, angelical y hermosa pudiese desaparecer de forma tan abrupta, sin ninguna justificación. Desde el propio entorno de la joven se pronunciaron las primeras hipótesis. Casi como si fuese una actitud negadora, los propios familiares comentarían entre ellos cualquier indicio que ayudara a entender lo incomprensible. El brusco proceder del destino promovió la peligrosa actividad del rumor. Ante la ausencia de explicaciones convincentes, las mentes maliciosas siempre encuentran consuelo en la lógica de la conspiración. El odio, la ignorancia y el desdén se confabulan para que un susurro se vaya amplificando hasta conseguir condición de versión. El diablo mete la cola y acontecen hechos que favorecen la divulgación de un mensaje trucado, exagerado, falaz. La difamación toma cuerpo entre los integrantes de la más distinguida escala social, y el chisme comienza a sonar creíble. En menos de un mes, ya es difícil diferenciar lo cierto de lo disparatado. El susurro maligno es la delicia de algunos, que gozan con la desgracia ajena. En medio del inenarrable dolor de los más cercanos, llegan a sus oídos las teorías más alocadas, que no hacen otra cosa más que incrementar la desazón. Muy duro debió ser madre y tener que soportar que toda la ciudadanía comentara con ligereza la muerte de una hija. Indignante hasta el desconcierto habrá sido tomar conocimiento de lo que se decía.

Los años fueron pasando. La bola de nieve iba sumando nuevas interpretaciones del triste evento. Los propios familiares se iban enterando de los comentarios durante sus visitas a la bóveda. Ellos, ignorantes, se preguntaban si algo de lo que se decía tenía asidero. Pero cuando los protagonistas del episodio murieron, fue como si se habilitara el derecho a la injuria. Se inventaron las más ridículas explicaciones. La infamia alcanzó extremos inimaginables. Se agregaron personajes inexistentes, se involucraron familiares que no vivían en el tiempo en cuestión, se dieron por ciertas acusaciones absurdas. La prensa, los escribientes del lápiz inescrupuloso, los guías de cementerio y las redes informáticas, por error y/u omisión, jugaron un papel determinante para desinformar, calumniar y confundir.

La Calle Larga, p88
La Calle Larga, Enrique Puccia, pág. 88.

Pese a todo, la leyenda sobre la muerte de Rufina Cambaceres prevaleció. Casi nadie descree de la afirmación que murió dentro de su féretro. Es el máximo icono mundial de muerte por catalepsia.

Han pasado ciento diecisiete años desde aquella tarde del cumpleaños número 19 de Rufina Cambaceres. Murió sin darse cuenta, repentinamente, cuando se aprestaba a terminar el día junto a sus seres queridos, escuchando ópera. Jamás imaginó lo que se diría de ella. Su intimidad vulnerada, adulterada, ultrajada. Nunca llegó a pensar en que sus asuntos privados tomarían estado público. En ningún momento se le ocurrió que pasaría a la posteridad como la protagonista de un cuento de terror difamatorio. Habrá vuelto a nacer en otro cuerpo, bajo una diferente identidad, como lo insinúa su monumento estatuario en  Recoleta. Habrá oído las calumnias el día que el destino la llevó a recorrer el cementerio. Se debió asombrar, apenar, impresionar. Tal vez un presentimiento o un deja vu la llevó a preguntar por esa pobre chica, para saber más. Quizá experimentó una profunda empatía o una melancolía inexplicable. Seguramente, se fue para olvidar el asunto en cuestión de minutos, sin saber que en ese lugar se escondían todas las respuestas a sus preguntas, que de alguna extraña manera, también estaban guardadas en ella misma.

Todas las respuestas a las interrogantes sobre la vida y muerte de Rufina Cambaceres verán la luz el próximo 31 de mayo, el día que nació y murió la heroína de «Rvfina: De la leyenda a la verdad».

Cigarrilos Caras y Caretas, Cyc 1901

Un comentario sobre “La leyenda: relatos fantásticos que trascienden el tiempo

Deja un comentario